jueves, 21 de mayo de 2009

Juego de Roles


Nota en el suplemento SOY - 28/11/2008 - Pagina 12 (por Mariana Docampo)
A diferencia de las milongas gay, el llamado tango queer apuesta a desbaratar los roles que impone tradicionalmente esta danza tan argentina. Más allá del género de los integrantes de la pareja, cualquiera puede guiar, cualquiera puede dejarse llevar e incluso cambiar de roles con sólo un guiño. Ahora que comienza en Buenos Aires el segundo Festival Internacional, una de sus creadoras cuenta la génesis de esta ecuación del viejo 2x4.

—Yo quiero viajar a Alemania a enseñar tango porque hay unas lesbianas en Hamburgo que tienen un festival –le dije hace unos cinco años a mi psicóloga– ¿no tengo todo a mi favor? Es que ya hacía un tiempito había abierto un grupo de tango para mujeres en el espacio lésbico feminista La Casa del Encuentro y estábamos todas revolucionadas con la posibilidad que se abría dentro de nuestras vidas de bailar tango entre mujeres. Teníamos el espíritu revolucionario de La madre, de Gorki. No era haber descubierto la pólvora, pero más o menos habíamos podido poner en palabras el conflicto: las mujeres no bailaban entre sí porque en una pareja de mujeres ninguna de las dos sabía guiar, y necesitaban un hombre cada una para que las llevaran. Así de simple. Entonces puse todo mi empeño en enseñar a bailar los dos roles a mujeres. El éxito de la propuesta fue tal que un día organizamos una “Milonga de señoritas” que llegó a tener una asistencia de cien mujeres (99% lesbianas y una bisexual paga, que era mi ayudanta). Pero pronto me di cuenta de que ése era el tope. Seguir por esa vía era una apuesta perdida. Había que abrir el espacio por muchas razones. La primera: el paso más importante estaba dado, ya había varias chicas que bailaban entre sí y era necesaria la visibilidad, al menos y como primer momento, dentro del llamado “ambiente gay”. La segunda: para aprender a bailar es importante practicar, y en ese sentido todo intercambio es enriquecedor. Hablo de energías y de conocimiento. Así fue que abrí una clase seguida de una práctica en un bar de San Telmo llamado Simón en su Laberinto, que tenía como principal atracción un dueño muy bonito que convocaba público masculino, y la cosa empezó a mezclarse. Un vidrio separaba el espacio interno de la calle. Esto significaba que todo el mundo nos podía ver desde afuera. Lo que se veía adentro era gente abrazada, bailando. Podían ser dos chicas o dos señoras, o una chica y una señora, dos hombres, un hombre y una mujer, cada uno en el rol que fuera, una travesti bailando con otra, o con un hombre, o con una mujer, una persona con peluca sin sexo aparente bailando con una pelada, en fin, todo tipo de variantes. Y lo importante era que cada quien bailaba en el rol que quería, porque se era coherente con la propuesta: se enseñaba a bailar los dos roles desde el principio, a costa de sudor y lágrimas, ya que se nace en la cultura y muchas veces es arduo correrse de lo establecido. Esa es, más o menos, la génesis del tango queer, una forma de bailar el tango con quien vos querés y en el rol que querés; y también el nombre de un Festival Internacional que desde hace un año funciona en Buenos Aires.
Jaque al símbolo
La propuesta del intercambio de roles se presentaba como la verdadera novedad del espacio; problematizaba el lugar de poder del rol de conductor en la medida en que sólo es ocupado por uno de los componentes de la pareja. Sólo en este punto, y siempre y cuando uno de los sexos se identifica con este rol, puede decirse que constituye un lugar de poder. Si ambos componentes de la pareja tienen la posibilidad de bailar los dos roles, el lugar de poder se disuelve, ya que puede, alternativamente, ocuparse con libertad. A partir de allí se pone en juego la elección y cambia la historia. Por supuesto que la propuesta del intercambio de roles era un ofertón de la casa, la tomaba quien quería; y la tomaban muchxs. El impacto en Simón... era alto: para quienes bailábamos adentro, para quienes miraban al pasar, o se quedaban un rato detrás del vidrio impávidos ante lo que veían, o para quienes venían de levante y establecían contacto en este micromundo con el eje corrido. El espacio tanguero había sido deconstruido; y yo, la profesora, estaba encantada. Es como dijo alguien que pasó y miró: “Es más como la vida”. Claro que esta relación tango-vida no es nueva, y es soporte ideológico y emocional de la propuesta. El tango, en tanto danza popular, refleja los cambios que pueden leerse en la sociedad. Entonces, mujeres que están cansadas de andar a trompicones detrás de los hombres (y esto en el tango es literal), hombres que están cansados de sentirse obligados a bailar sí o sí con mujeres, mujeres que desean bailar con otras mujeres, travestis que tienen ganas de bailar un tango libremente, y algún que otro “hombre que guía y mujer guiada” a los que de pronto los hizo sentir cómodos este “mundo del revés”, encuentran un lugar más acorde con sus necesidades. Pero además podría decirse que la distribución de los roles en el tango representa una forma de concebir, culturalmente, la relación erótica entre dos personas. Casi como un logo de nuestro país, la pareja tanguera hombre-mujer va junto a la camiseta azul y blanca y la foto de Gardel en la bolsita de recuerdos del turista, y representa todo junto, y a la fuerza, la heterosexualidad obligatoria que pareciera pesar tanto sobre los miembros de nuestra patria. El tango queer viene a romper con esa fórmula tan aparentemente tranquilizadora, pero con visos siniestros, que domina la escena familiar, social y nacional. Y por esa misma razón se mete con el símbolo.
Meterse con el símbolo es una intención política que se cumple desde el bautismo mismo del espacio y de esta manera de bailar el tango. A pesar de las voces en contra de asociar la palabra queer –tan anglosajona– al tango, este invento –nacido de la necesidad de poder gozar del erotismo de esta danza, más allá de la orientación o la identidad sexual– se hace cargo de su nombre. Porque, en fin, es el más adecuado para englobar la diversidad de gente que convoca la milonga y porque la fuerza inaugural que nos impulsaba invita a llenar esa palabra de sentido. Tal como sucedió el año pasado, tal como sucederá en el segundo Festival Internacional de Tango Queer que comienza este 1º de diciembre. Va a ser una fiesta por la visibilidad, la libertad del cuerpo y las representaciones del amor; ya que de esto se trata, en definitiva, nuestro tango argentino.
fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-454-2008-11-28.html)

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